martes, 22 de julio de 2008
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Estoy absolutamente convencido que mi raza es la única posible.
Soy activo militante de la misma raza que fue sepultada bajo las bombas en Londres, Moscú y Berlín, la que fue arrasada en Hiroshima y Nagasaki. La que fue mutilada en Verdun.
La que, sin piedad, fue muerta en Varsovia.
La que experimentalmente fue masacrada en Guernica.
La que fue aniquilada por el conquistador español, en mi tierra americana.
La que fue aniquilada por el conquistador europeo, en mi tierra africana.
Soy activo militante de la misma raza que fue torturada, desaparecida, robada, violada, negada y ocultada por la vergonzosa impiedad de los señores feudales y sus obedientes dragoneantes de turno.
La que a lo largo de la historia fue asesinada por motivos políticos, religiosos, culturales o legales, con justificaciones que están basadas en La Biblia, en El Talmud, en El Corán, en La Constitución, en los privilegios, en las costumbres, en el odio.
Soy activo militante de la misma raza que fue sometida a la esclavitud por las armas, por la religión, por el poder, por el miedo, por el dinero; con excusas de credo, de casta, de color, de sexo, de nacionalidad.
La misma que fue condenada a la desesperanza, a la miseria, al dolor, a las enfermedades, a la ignorancia.
La que es acorralada en las favelas de Río, en las villas de Argentina, en Nueva Delhi, en Ruanda, en Haití.
Parece ser una raza condenada a la extinción.
Por cada José de San Martín hay un Videla.
Por cada Marshal Meyer un Goebels.
Por cada Jorge Novak un Torquemada.
Por cada Mahatma Gandhi un Pizarro.
Por cada Albert Schweitzer un Mengele.
Por cada Ernesto Sabato, un Astiz.
Por cada Jesús de Nazaret, un Judas.
A veces me pregunto si vale la pena seguir.
Siempre me contesto que sí.
A pesar de todas nuestras miserias terrenales, la vida tiene olor a esperanza.
Quizás, cuando mis hermanos descubran que el odio es perfectamente inútil, tenga una oportunidad mi raza.
La mejor de todas.
La raza humana.
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