miércoles, 13 de febrero de 2008
"Me quedé sola" Elsa Sánchez viuda del escritor y periodista Héctor Germán Oesterheld
Elsa Sánchez, viuda del escritor y periodista Héctor Germán Oesterheld "Me quedé sola" Hace 20 años perdió a toda su familia. Ahora dice que la mantiene viva su nieto, que volvió del horror. En ella conviven la vida y la muerte. La muerte la endurece, le quema las pasiones, le hace decir: "Yo me opuse a todo". La vida la fuerza a odiar y a levantar la frente. Se le quiebra la voz al clamar: "¡Cómo pudieron hacernos esto!". "Yo no tengo 62 años sino 700. En mí se resume la historia de este país. El daño que me hicieron es una síntesis del mal de la Argentina", dice y suspira largamente A Elsa no se le cae una lágrima durante más de cuatro horas de entrevista Al fínal dirá que tiene "un día negro, hija mía, ya estoy cansada de vivir entre los ausentes, siempre para los demás". Hace 20 años que mastica la misma bilis en la cena y el desayuno. Ya pasaron veinte años desde que los relojes se detuvieron y el Ejército se llevó a nueve miembros de su familia, hizo nacer a dos bebés en cautiverio para robárselos y le devolvió dos nietos y un cadáver, el de Beatriz. Los restantes nunca regresaron, ni vivos ni muertos.Cuando el pasado amenaza con poner en peligro su compostura, su voluntad a prueba de desazones la levanta del sillón y muestra la foto de Tomás, su bisnieto de un año, la luz de sus últimos días, que le trae a la memoria la otra luz de los primeros días: cuando a Oesterheld le bastaba su amor para darle sentido a la vida. La edad dorada en la que Héctor sembraba flores en el jardín del chalecito californiano, frente a las vías de Beccar. Cuando Estelita se sentaba en la falda del padre y le pedía que le dibujara: "Papu, dibucitos". Cuando Diana escribía, Beatriz era la chica más alegre del barrio y Marina se convertía día a día en el fiel retrato de su padre. Todo era ruido y acción en esa casa que Oesterheld bautizó "de la familia Conejín". Hoy todo es silencio despojado en el departamento que Elsa ocupa en los límites de Belgrano. Pocos muebles, poca gente y nada de flores. De pronto, Elsa trae una escalera, se trepa, abre las puertas de un placard, y la familia en pleno cae sobre nosotras como una cascada helada: óleos pintados por Estela, reproducciones de esos cuadros en pósters que interrogan por el destino de los niños desaparecidos, originales escritos por las manos de Héctor, fotos del vals de los quince que bailó Marina, los poemas de Diana, el libro que las dos mayores dibujaron y escribieron algún Día de la Madre... Y sobre la mesita de luz, Héctor todos los días vuelve a besarla en una foto. "No tenés idea de las cosas por las que he pasado... Yo trabajaba como secretaria del directorio de un banco y, mientras mi familia se extinguía, delante de mi escritorio pasaban el general Albano Harguindeguy y José Alfredo Martínez de Hoz, me saludaban como si no pasara nada, y tenia que fingir, porque también mi vida corría peligro. ¿Sabés qué fue lo que a mí me salvó? Que yo no sabía nada. Cuando mi familia empezó a militar en Montoneros, yo a todo les decía que no y eso generó muchos conflictos. Entonces me fui quedando sola, ya no me contaban nada y todos se refugiaron lejos de casa. El 10 de setiembre de 1976 creí que venían por mí, pero me equivoqué. Un comando del Ejército tiró una bomba en el palier de casa, me gritaron con un megáfono, me empujaron contra la puerta del garaje y preguntaron por Héctor, 'el judío'. Les dije que descendía de un estanciero alemán que se había radicado en San Nicolás, pero y si era judío, ¿qué? Y que nos habíamos separado un año antes. Con la misma tranquilidad con la que te lo cuento, le aclaré: 'Mire, no tengo la menor idea de lo que busca, pero acá no lo va a encontrar. Si quiere revisar, hágalo, pero yo soy una señora, respete mi casa'. Se quedó duro y no rompieron nada. Siempre recuerdo que Héctor miraba a los jóvenes y que querían un mundo mejor y exclamaba: 'Estos chicos son maravillosos'. Y yo le contestaba: 'Hasta ahí vamos bien, pero no podemos dejar que se expongan'.Si me hubiera escuchado..." "Si no hubiera sido por mi nieto Martín, al que yo crié cuando lo devolvieron, no hubiera seguido viviendo. Ya todo me daba igual. No seguí adelante por coraje sino por indiferencia. Cuando me di cuenta de que era el final, ya no me importó nada. Por eso, aunque no vaya a las marchas, entiendo la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo: sólo la desesperación te lleva a soportar las peores humillaciones." Igual que otras desaparecidas, sus hijas Diana y Marina dieron a luz en cautiverio y teme que se irá de este mundo con la angustia de no conocer jamás a sus dos nietos menores. Al menos, cuando puede, Elsa se permite una emoción: va a algún recital de León Gieco para sentir que aún late entre los jóvenes el espíritu de sus cuatro hijas.
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